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Mostrando entradas de febrero, 2010

Final

La mañana sucede entre las agujas del trino sólo un instante. La luz sopla en la mejilla y luego resbala por su curva de tierra cerrando el párpado. Ha sido la mirada fugaz que regresa hacia dentro. Por la ribera permanece la frialdad del otoño en los álamos encendidos, la línea de fuego, el río inmóvil del pensamiento a merced del aire, sus hojas débiles, su derrota. El camino despliega un rastro de labios seco, abandonado en la sombra. Y por ahí avanzas hacia donde el paisaje se desvanece oscurecido por la serenidad, su vacío.

La húmeda pereza de dios

Él había abierto ya los ojos y estaba escuchando el ajetreo de la luz a sus espaldas, acercándose con pisadas endebles y sensatas de perdiz. No se movió. Completamente empapado, era tierra o raíz hundida en un vientre. Las lombrices cruzaban su rostro. Dejó que la luz caminase sobre su cuerpo y la vio extenderse desnudando sin pudor adolescencia en las lomas. Dentro de la luz nacían incansables insectos en hilera, alejándose, ellos sí, de la humedad, doblándose por las lomas desnudas hacia la lejanía, dejando un rastro de innumerables pisadas como si hubieran llovido gotas de arena, huellas de dedos, broza y briznas secas.

La geometría del bosque

Contemporánea La geometría del bosque, su ausencia de color, su crecimiento recortado en esquinas es el espacio de nuestros ojos. Contundente, la ciudad ignora el viento. El hombre, sin embargo, y la extensión de trigal que respira, el hombre que espera hasta la madrugada ese instante cuando el ruido se vierte por los bordes oscuros, el hombre saca medio cuerpo por el balcón y, sobre la muda parálisis de la luz, busca que el roce del aire doble las espigas y la insoportable inmovilidad. En la boca Cuando te estoy mirando, ciudad extendida con todas las vísceras abiertas, animal hirviente de ríos y luces, incesante fluir de acequias oxidadas y acero tan frío, cuando te estoy pisando lágrimas y hojas al salir del cine, ahora que el invierno busca su taza caliente y ese vaho entre los labios, los labios de ella, como un hogar, como su indicio imposible en la gran vía, cuando me masticas con la boca vieja de los callejones, donde orino a oscuras, cuando abres un instante la puerta con esa

Noche de las palabras

Acomoda el blanco del cuaderno al ritmo, la pausa, el sístole. Y procede a decirle a nadie el nombre de nada. Sólo cruje el roce dentro, por el tronco vacío, dentro de cavidad o cúpula o tubería, dentro, por los desagües, por el frío. Humean palabras en orillas de olores sucios chirriando ecos, filos, de noche. El guardián Desarma si pudieras la dureza de tus ojos, si pudieras tú rozar este hueco frío. Desprende, si te vienes, el cristal de tus dedos, que los pétalos oye como aúllan. Ves, ahora que tiemblas eres más pequeño para esconderte. Y entonces ya podemos irnos a salvo por esas calles inmensas.

Distancia escrita

Cruzando ese paisaje de matorrales secos y latas que son las afueras, dejando atrás algunas tapias rotas, evitando las hileras de farolas que vigilan en el borde de la autovía, ...pisando cada palabra en los terrones, parándote al final de esa frase escrita con temblor de álamos, cerrando los ojos, abriendo el aroma de acequia que llega a última hora, ...tumbándote, al fin tú mismo, qué se pensaban, sobre esa lejanía que nos han robado. Atravesando entre utensilios la espalda tendida de otro día, su piel pisada, la acera de sus muslos manchados, atravesando el cuerpo sucio de la luz, oliendo el frío y la distancia en ráfagas por la boca de la calle, la pared mugrienta, la esquina torcida de un mal gesto, bebiendo el ácido goteo de la costumbre en las canales, he llegado al instante azul de la noche, he abierto la puerta muy despacio y desnudo, entre las telas colgadas, he cruzado mi cuerpo hasta el principio dispuesto a no regresar.

Punto de fuga

Al final de toda perspectiva las líneas se desdibujan roídas por el terror de los piornos. Las crestas recortan contra la profundidad los límites del pensamiento y sólo las nubes cruzan al otro lado. No obstante, cualquier día comienzas a caminar esa distancia de senderos que ascienden hacia el frío, pisando cascotes y restos de muebles barnizados. Tu propia casa es un vestido que se quiebra en la intemperie manoseado por el viento. Los retratos rotos, una muñeca rusa, las lámparas volcadas formando charcos de luz donde los perros se detienen a beber y todas las figuras de la mesita con el corazón abierto: es el rastro que dejas cuando cruzas la extensión.

El insecto hundido junto al corazón

Acercándose al hueco con el mismo temblor que las briznas en esta sierra de Lóquiz, bajo la algarabía de la luz en el castaño ha cruzado la mejilla con patas endebles y pequeñas pisadas sobre los terrones, con la lentitud de un corazón cansado y feliz. Ahora sólo respira y es suficiente, mientras la sombra que olvida la luz a sus espaldas saborea con su mano un cuerpo con todos sus árboles, sus piedras, su extensión reseca que castigó el sol y esos rincones junto a los muslos, entre los helechos, donde nace el agua. Acercándose al hueco, llega hasta el temblor de los labios y siente el aire que surge desde la profundidad. Hacia dentro, por el hueco va ya el caminante, guiándose sólo por el latido.

OTRO TIEMPO

Súbito El centro del mundo es un gorrión detenido en la baldosa. La última luz enciende de miel el aire y palpita leve el tiempo en un corazón de plumas. La mirada inmóvil, quieta, está midiendo la eternidad. Asoma el miedo, porque presiento un aleteo súbito. Cuando ocurre, cierro los ojos. La alegría A S. Dentro del día ha crecido la certeza irrebatible de la madreselva sobre la cal. Apuro la luz contra el muro blanco y espero, diluido, hasta que el pincel de sombra dibuja la curva de su olor. Así es como nace siempre la alegría, como roce de ala del pájaro escondido. Cruda belleza La lengua áspera del viento lame la cordillera. Nunilón, el buey paciente, desliza el poderío gastado de la edad por el valle. Crece el esparto y hay hombres que tejen cestos al atardecer. Y hay rincones, como axilas del mundo, donde siempre huele la retama. Sandoval Al final de cada frase alarga las últimas palabras, tiene la misma lentitud que los rastrojos, la misma parsimonia que el chorro de la fuente,

Literatura

Bajando desde el cielo hasta el Yerri, la piel roída del caballo cubre aún su esqueleto, en cuyo extremo reluce la blanca dentadura. Fue bajando al final de una tarde marcada con la imprecisión del cardo amatista, cuyo color ambiguo brota como una joya de belleza intocable entre los pastos. Él lo contaba luego en la taberna con estas mismas palabras. Dijo también que hubo otro signo: al abandonar el hayedo, arriba, sobre las lomas desnudas de la Trinidad, la elegancia del caballo negro parecía un puente hacia la inexistencia. Por su único ojo, bajo el cielo, se derramaba toda la sierra de Andía. La extensión contiene signos que juntan nuestros pasos y el azar, dijo. Sobre la madera gastada, su vaso de vino tan oscuro era el pozo de la noche. Otro signo. Como él.

Aparición

Primero te miro. Sólo eres un hueco con los ojos cerrados. Alargo la mano y cruzo el aire. Entonces yo también empiezo a cerrar los ojos y me voy vaciando igual que tú. No sé cómo pudo surgir ese latido, creciendo poco a poco sobre mi mano extendida, hasta que te hiciste pájaro caliente y temblón.