Contemporánea
La geometría del bosque, su ausencia
de color, su crecimiento recortado
en esquinas es el espacio de nuestros ojos.
Contundente,
la ciudad ignora el viento.
El hombre,
sin embargo, y la extensión de trigal que respira,
el hombre
que espera hasta la madrugada ese instante
cuando el ruido se vierte por los bordes oscuros,
el hombre
saca medio cuerpo por el balcón
y, sobre la muda parálisis de la luz,
busca que el roce del aire doble
las espigas y la insoportable inmovilidad.
En la boca
Cuando te estoy mirando, ciudad extendida
con todas las vísceras abiertas, animal
hirviente de ríos y luces, incesante
fluir de acequias oxidadas y acero tan frío,
cuando te estoy pisando lágrimas
y hojas al salir del cine,
ahora que el invierno busca su taza caliente
y ese vaho entre los labios,
los labios de ella, como un hogar,
como su indicio imposible en la gran vía,
cuando me masticas con la boca vieja
de los callejones, donde orino a oscuras,
cuando abres un instante la puerta
con esa música que es tu risa más hiriente,
riéndote de mi edad, de mis calzoncillos viejos,
de mi tristeza inútil,
cuando dejo que me tragues
hacia el urinario de tu vientre alicatado,
cuando espero en el andén sórdido
el último metro, cuando te estoy mirando,
ciudad extendida bajo la noche,
desde esta ventana y siento tu respiración,
el gruñido sordo,
el aire cruzando la ferocidad
dormida de tu boca perra.
Respira humo de Bagdad
Está caminando por tus vísceras,
ciudad humeante
como un marrano abierto en canal.
Pronto va a amanecer y la luz
podría dejar unas gotas de anís
sobre su lengua, igual que entonces,
en aquellos patios del sur,
con mujeres remangadas bajo el frío
restregando con sal las tripas.
Nació en el vientre humeante de un cerdo
y colocaron su cuerpo a secar
junto a la lumbre, donde hervía la cebolla.
El humo de la leña quiso entrar en sus pulmones,
pero ya los habitaba un grito casi humano.
No le pidas nunca que te ame,
ciudad grasienta, por mucho que esta luz
le restriegue la lengua con anís.
Vive respirando
el vapor de las vísceras, como siempre,
y la blancura desnuda
y experta de tus brazos remueve la misma sangre.
La geometría del bosque, su ausencia
de color, su crecimiento recortado
en esquinas es el espacio de nuestros ojos.
Contundente,
la ciudad ignora el viento.
El hombre,
sin embargo, y la extensión de trigal que respira,
el hombre
que espera hasta la madrugada ese instante
cuando el ruido se vierte por los bordes oscuros,
el hombre
saca medio cuerpo por el balcón
y, sobre la muda parálisis de la luz,
busca que el roce del aire doble
las espigas y la insoportable inmovilidad.
En la boca
Cuando te estoy mirando, ciudad extendida
con todas las vísceras abiertas, animal
hirviente de ríos y luces, incesante
fluir de acequias oxidadas y acero tan frío,
cuando te estoy pisando lágrimas
y hojas al salir del cine,
ahora que el invierno busca su taza caliente
y ese vaho entre los labios,
los labios de ella, como un hogar,
como su indicio imposible en la gran vía,
cuando me masticas con la boca vieja
de los callejones, donde orino a oscuras,
cuando abres un instante la puerta
con esa música que es tu risa más hiriente,
riéndote de mi edad, de mis calzoncillos viejos,
de mi tristeza inútil,
cuando dejo que me tragues
hacia el urinario de tu vientre alicatado,
cuando espero en el andén sórdido
el último metro, cuando te estoy mirando,
ciudad extendida bajo la noche,
desde esta ventana y siento tu respiración,
el gruñido sordo,
el aire cruzando la ferocidad
dormida de tu boca perra.
Respira humo de Bagdad
Está caminando por tus vísceras,
ciudad humeante
como un marrano abierto en canal.
Pronto va a amanecer y la luz
podría dejar unas gotas de anís
sobre su lengua, igual que entonces,
en aquellos patios del sur,
con mujeres remangadas bajo el frío
restregando con sal las tripas.
Nació en el vientre humeante de un cerdo
y colocaron su cuerpo a secar
junto a la lumbre, donde hervía la cebolla.
El humo de la leña quiso entrar en sus pulmones,
pero ya los habitaba un grito casi humano.
No le pidas nunca que te ame,
ciudad grasienta, por mucho que esta luz
le restriegue la lengua con anís.
Vive respirando
el vapor de las vísceras, como siempre,
y la blancura desnuda
y experta de tus brazos remueve la misma sangre.