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Mostrando entradas de enero, 2012
Has entrado en mi cuerpo encogido. Has avanzado apartando las hojas con la decisión caliente del aire. Eres semejante a mi respiración. Ardes, y luego sólo queda esta huella, menos que un aroma, algo de calor.
Tiene la tarde agua o luz flotando sobre las últimas laderas, las que se desdibujan en la distancia y respiran como animales detenidos dentro de la serenidad. El silencio es un aceite de salvia para untarnos mientras nos miramos, desconociéndonos, mientras nos miramos sin el peso de un nombre, de una necesidad. Ahora somos el extranjero. Poso mis dedos sobre párpados tejidos en la transparencia y es como tocar las telas que cubren esa frágil profundidad de la memoria donde tampoco existimos.
Una luz mojada por el recuerdo nutre aún los árboles, el ramaje inmóvil, la respiración que brota del tacto en la intemperie. Hay que llegar temprano, entre dos luces, y abrir la herida con precisión. El interior derrama un silencio vivo. Sobre la corteza el ámbar cristaliza abrasado por el aire y los dedos se manchan de profundidad. La recolección del incienso, en el fondo oscuro, deja un vacío que arde hecho aroma detrás de los ojos.

El poema como gesto, Chantal Maillard

Una gota de agua sobre una hoja es infinita. Esa gota de agua en esta hoja, ahora, en este instante. Es la experiencia del haiku. Quien fuese capaz de mantenerse en esa inocencia del inicio, preguntando como aquél niño ¿cómo se llama esto?, viendo el “esto” antes de que el concepto lo enturbie, lo…vele, no recurría a grandes palabras en sus escritos. En vez de escribir la muerte, por ejemplo, haría intervenir a una persona muerta, infinitamente ausente, o en vez de escribir el amor, escribiría… ¿qué escribiría? Es difícil escribir sin ideas. Las palabras que dicen los sentimientos están cargadas de ideología. Los sentimientos se inventan, se fabrican de acuerdo con los modos y los usos de cada época. Y, luego, rodando, como pelotas empujadas por los escarabajos, aumentan de tamaño. Y acumulamos, un lastre. Sentimos como pensamos. Y llega un momento en que somos incapaces de saber qué podría haber si prescindiésemos de ello. No quiero pecar de purista: el ojo no es inocente, nun