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Mostrando entradas de mayo, 2010

Encuentro

Avanza tú mi semejante En sueños lo he visto Se acercaba a la arcilla De azul Alentaba en mi un tintineo triste Ese día regresaban pálidas al grito de las ultimas linternas las visitas Acompañamos este desierto hasta una noche Las estrellas se empujan en el frío Del ardor de la luz hemos dispersado sus manantiales para que la meseta se cubra de canto Hacia qué duna mi guía nos remontamos para descubrir el silencio entre los jardines de los muertos Haz que fluya el Salsabil de tus manos Ahueca la flor de la creación El lamento de los navegantes me atraviesa de orilla a orilla Es esa acaso mi familia recordándome el resplandor de los exilios El colorido de los guijarros recupera su

Lo visible y lo invisible, Maurice Merleau-Ponty

...Yo, que veo, tengo también mi profundidad, ya que estoy adosado a lo visible que veo y que sé muy bien que me envuelve por detrás. El espesor del cuerpo, lejos de rivalizar con el del mundo, es, por el contrario, el único medio que tengo para ir hasta el corazón de las cosas, convirtiéndome en mundo y convirtiéndolas a ellas en carne. ...el vidente, al quedar cogido en lo que ve, a quien ve es a sí mismo: hay un narcisismo fundamental en toda visión. Por la misma razón, la visión que ejerce sobre las cosas, las cosas la ejercen sobre él. Como han dicho muchos pintores, me siento mirado por las cosas: mi actividad es identicamente pasividad, lo cual constituye el sentido secundario y más profundo del narcisismo: no ver fuera, como lo ven los demás, el contorno de un cuerpo que se habita, sino, ante todo, ser visto por él, existir en él, emigrar a él, ser seducido, captado, alienado por el fantasma, de forma que vidente y visible se hacen recíprocos y ya no se sabe quién ve y quién es

Conquista de lo inutil, Werner Herzog

Junto a nuestra lancha, un cardumen de pececitos saltaba fuera del agua y volvía a sumergirse. Vi una caimán disecado, apoyado en la cola y cantando con una guitarra. Llevaba también gafas de sol. Un niño cargaba cinco caimanes pequeños en las manos y quería vendérmelos. Primero pensé que estaban muertos, porque colgaban muy quietos, relajados, y se dejaban agarrar por la cabeza, pero era más bien el agotamiento, porque el vendedor insistía en demostrar que aún les quedaba algo de vida poniéndoles la llama del encendedor debajo de la cola para que enroscaran el cuerpo como víboras. Una mujer joven amamantaba a un cerdo recién nacido que había quedado huérfano. Cuando los cerdos crecen, les atan alforjas de carga en el lomo y a andar. Las mujeres indígenas aman los dientes de oro. Contra la selva, los poderes del cielo son impotentes. Antes de eso, en el río Huallaga, el barco paró en un lugar desde donde en realidad no se veía ningún pueblo. No había nada salvo un desem