Ir al contenido principal

Lo visible y lo invisible, Maurice Merleau-Ponty


...Yo, que veo, tengo también mi profundidad, ya que estoy adosado a lo visible que veo y que sé muy bien que me envuelve por detrás. El espesor del cuerpo, lejos de rivalizar con el del mundo, es, por el contrario, el único medio que tengo para ir hasta el corazón de las cosas, convirtiéndome en mundo y convirtiéndolas a ellas en carne.

...el vidente, al quedar cogido en lo que ve, a quien ve es a sí mismo: hay un narcisismo fundamental en toda visión. Por la misma razón, la visión que ejerce sobre las cosas, las cosas la ejercen sobre él. Como han dicho muchos pintores, me siento mirado por las cosas: mi actividad es identicamente pasividad, lo cual constituye el sentido secundario y más profundo del narcisismo: no ver fuera, como lo ven los demás, el contorno de un cuerpo que se habita, sino, ante todo, ser visto por él, existir en él, emigrar a él, ser seducido, captado, alienado por el fantasma, de forma que vidente y visible se hacen recíprocos y ya no se sabe quién ve y quién es visto. A esta Visibilidad, a esta generalidad de lo Sensible en sí, a este anonimato fundamental del Yo mismo es a lo que hemos llamado carne..
.
...La carne no es materia, no es espíritu, no es substancia. Para designarla haría falta el viejo término "elemento", en el sentido en que se empleaba para hablar del agua, del aire, de la tierra y del fuego...

Porque, si hay carne, es decir si la cara oculta del cubo reverbera en algún sitio, como la que tengo ante los ojos, y coexiste con ésta, y si yo, que veo el cubo, formo también parte de lo visible, soy visible desde algún sitio, y si el cubo y yo estamos englobados en el mismo "elemento", esta cohesión, esta visibilidad de principio, es mucho más sólida que cualquier discordancia momentánea...

...Hemos dicho que lo visible es siempre superficie de una profundidad inagotable: por eso puedo estar abierto a visiones distintas de la nuestra. Al realizarse éstas acusan los límites de nuestra visión de hecho, ponen de manifiesto la ilusión solipsista, que consiste en creer que todo límite sólo puede ser superado por sí mismo. Por primera vez, el vidente que soy yo se me hace realmente visible; por primera vez aparezco a mis propios ojos penetrado hasta el fondo. Por primera vez también, mis movimientos no van hacia las cosas para verlas o tocarlas, o hacia mi cuerpo, que las ve y las toca, sino que se dirigen al cuerpo en general y van por él (ya sea el mío o el de otro), porque, por primera vez, veo, por el otro cuerpo, que en su acoplamiento con el mundo el cuerpo aporta más de lo que recibe, añadiendo al mundo que veo el tesoro necesario de lo que ve él. Por primera vez deja el cuerpo de acoplarse al mundo, se abraza a otro cuerpo, aplicándose meticulosamente a él con toda su extensión, dibujando incansablemente con sus manos la extraña figura que a su vez da cuanto recibe, perdido fuera del mundo y de la finalidad, fascinado por el quehacer único de sostenerse en el Ser con otra vida y construirse el "fuera" de su "dentro" y el "dentro" de su "fuera". Y a partir de entonces, movimiento, tacto y visión, aplicándose al otro y a sí mismos, ascienden hacia su origen y, con la acción paciente y silenciosa del deseo, se inicia la paradoja de la expresión.


Lo visible y lo invisible, Maurice Merleau-Ponty, Seix Barral, 1970.