Mudos los árboles, rogué un límite a todo aquello que turbaba mis días, te exigí un equilibrio en las imágenes. El lugar del equilibrio lo ocupó una niebla tan llena de silencio y llagas difíciles de sanar que, insinuado el bosque, me adentré sin más. Temeroso de no encontrar la salida giré la espalda, viré la vista y fue como con un gajo de limón que brotó la lágrima perdida. Oscuro se oye el coro, estéril mi cordura, ya jamás negaré lo que es mío pues locos sois vosotros, nuevos muertos de oro.