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Sin amor, película de Andréi Zviáguintsev

 

Cuando se estrenó en 2017 la película Sin amor del ruso Andrey Zvyagintsev, algo me atrajo poderosamente en las críticas que estuve leyendo sobre ella, pero a la vez un recelo incómodo e impreciso me hizo postergar siempre el momento de verla. Hasta anoche, cuando finalmente la vi.

Hay una historia familiar concreta y hay una biografía conflictiva. Pero la película es mucho más que una biografía. Hay un contexto social concreto: la Rusia de Putin de 2012 y su conflictividad latente en múltiples sugerencias. Pero la película sigue siendo mucho más. Como buen objeto artístico, desde el hecho individual de unos personajes aprisionados y movidos por su contexto histórico y biográfico, emerge el alma de cualquiera, arrastrada el alma por la propia biografía, a la vez que por este contexto común del bien iniciado ya siglo XXI, una de cuyas manos nos roza…

Digo que una de las muchas manos de este siglo o de la propia biografía, que más da, deja...

                      ...lo que digo es que alguna vez llegó al propio corazón de cada cual ese roce tan frío o tan atroz del sin amor, que es de lo que va la película.

Detrás de la puerta ...está nuestra propia alma en este inicio de siglo, bien sugerido en el filme a través de una mirada atrapada demasiadas veces en la técnica. Si visteis o vais a ver la película se entenderá ese lugar… detrás de la puerta. Pero en cualquier caso, es necesario reconocer qué se esconde “detrás”. Siempre hay algo oculto, bajo velos con los que el corazón se protege. La escena que tengo en mente mientras escribo divide la película en dos partes. Las contenidas, sutiles o expresas formas de la violencia, por un lado, en la primera parte, y por el otro, en la segunda parte, el recorrido por los lugares de la desolación, cuando ya se ha levantado todo el velo.

La estructura narrativa, visual y estética del filme me atrapó. Hay planos que recuerdan a Tarkovsky desde el inicio, pero la anécdota de la historia fluye casi con el ritmo de un thriller. Nadie se aburre. A fin de cuentas, tal cual es nuestro siglo XXI. Nada de aburrimiento, aunque sea a costa demasiadas veces de una gran cuota de agresividad. Hay luces junto al corazón y es tan hermoso realmente fluir por las calles del destello, hasta que de pronto detrás de alguna esquina, junto al boulevard, te rozan los dedos fríos de un siglo nacido sin mucho amor, mientras se derrumban las viejas fábricas en las afueras de cualquier tiempo y se derrumban algunos sueños dentro de cualquier corazón.

La violencia en sus mil formas, sutiles o expresas, biográficas o históricas, familiares, sociales o políticas, que todas están sugeridas en el filme, detrás de toda esa violencia, que ocupa el centro del filme, su columna vertebral. Durante un fugaz destello, durante un instante se muestra el alma de cada cual, y todo los demás sucesos narrados hasta entonces y a partir de entonces van quedando como brozas que arrastra el río aquel del inicio, cualquier rio de la vida... Nada me separa ya de ahí, de ese trozo de alma que se ha mostrado en apenas dos segundos, en el centro del film, detrás de la puerta, o al cruzar cualquier esquina. Al día siguiente, hoy mismo, eso queda, nada me separa ya de ahí, de esa imagen que muestra el corazón herido de todo un siglo que ha nacido sin mucho amor.

Es conveniente levantar el velo, eso creo, mirar cuanto sin amor nos ha tocado. Tanto como sea posible, mirar eso despoblado en las afueras de cualquier tiempo y cualquier nosotros. Mirar... para ir dejando atrás toda la broza del suceso en la corriente, porque hay mucha más biografía y mucho más contexto y mucho más siglo XXI… y más película aún después de los créditos. Y es que realmente, más allá lo que continúa es el hermoso río, el mismo del inicio, rodeando el silencio del invierno y las ramas, cerca del boulevard y las fábricas abandonadas, junto al corazón herido.

 

Publicado inicialmente en el blog Lana de voz