Comienza a mostrarse la trama de los olivos. Dentro de mí, la palabra “trama”, está invariablemente asociada a la voz de mi padre, y a un impreciso gesto suyo calibrando, en la calidad de la floración, la futura cosecha.
Las inflorescencias recién brotadas se convertirán pronto en flores. En algunas de esas flores surgirá un ínfimo botón verde como la cabeza de un alfiler, arrojado hacia el fruto final de una buena o mala cosecha.
En su origen “trama”, conectada a otra hermosa palabra, urdimbre, alude a un entrelazamiento “textil”. Luego, metafóricamente, el lenguaje ha nombrado así la floración de algunos árboles. Y ha trasladado también el mismo nombre a ese otro entrelazamiento que ocurre entre las partes de un asunto o argumento.
Igual que la trama de un asunto busca su desenlace, y de la misma manera que la floración persigue su fruto, la mente segrega continuamente los hilos del pensamiento. La mente fabrica su propia trama, arrojada en busca siempre de algo: un desenlace, un fruto.
Algún día, esa mirada, insistentemente dirigida hacia fuera, termina dejándonos exhaustos. Hay algo dentro…siempre arrojado… siempre en busca de ser. Hay una tensión larvada por ir hacia.. por ser algo...
Y cada uno de estos elementos, a su vez, es otra trama dentro en sí mismo. La gota de agua colgando temblorosamente en la hoja es una trama de sustancias invisibles. Y cada sustancia invisible es otra invisible trama diminuta, cada vez más diminuta. Al final de la materia, en lo más ínfimo, queda solo espacio, vibración ondulante... sin fruto. También en lo más profundo e íntimo de cada persona, como ocurre en el extremo final de toda materia, quizá la trama se desenrede en una transparencia semejante al asombro y al silencio.
Parece que eso muestra el destello de belleza colgando, como el temblor, del instante.
18 de abril de 2021