Una palabra que va al encuentro nombra de alguna manera lo que somos, y así, mientras cruzo lo ocioso y sagrado de esta semana santa, voy pensando la existencia como un ir diciéndose las cosas:
...un decirse que en el fondo supone la continuada renovación de nuestra conexión con el mundo, momento a momento.
Y es que el decir ocurre sin cesar, no hay silencio en la mirada, porque ella reúne y conecta cada cosa con otra: la brisa con las hojas; la luz de un sol de invierno con la piel, aquí junto a la ventana, y allí enfrente donde la hierba. Y así todo lo innumerable ocurre, según brota la existencia mientras se da el percibir.
Ocurren, suceden innumerables entrecruzamientos, a poco que uno acuda a la escucha. Por ejemplo, esta mañana, Parménides... recortado a partir de una cita que conservo en una vieja libreta, acude y se conecta a la Teoría de los colores de Goethe.
Dice la cita de Parménides:
“según cada cual tiene la mezcla de sus miembros múltiplemente errantes, así se instala cabe los hombres el percibir…”
y sigue luego...
“en efecto, el más, el predominio de la luz o la noche, eso es la percepción”.
En el libro Capturar la luz, de Arthur Zajonc, que es como una biografía de este fenómeno que nos envuelve por fuera y por dentro, se refiere la Teoria de los colores de Goethe, la aportación de la que el poeta romántico estuvo más orgulloso al final de su vida, por encima de toda su producción literaria.
Y no era para menos ese orgullo del poeta, en un tiempo en que nuestro mundo iba cayendo ya por entonces...
cada vez más claramente iba cayendo en el mecanicismo físico iniciado por Newton; esto es, todo está dado ahí fuera, todo ahí fuera dándose de una manera ineludible, bajo unas leyes deterministas, que dejan al hombre poco lugar para la libertad, la imaginación creadora y finalmente poco espacio para su humanidad compasiva.
Poco espacio para que exprese su ternura hacia cada cosa que le rodea y hacia otros seres. Justo en ese marco histórico, con el cual se inicia un etapa voraz y depredadora del hombre, comienzo de la era industrial, Goethe de pronto advirtió como en un destello. Goethe vio tempranamente el error de Newton sobre la luz, crucial error para nuestra existencia considerando ahora a dónde hemos llegado después de ya más de trescientos años.
Newton describió la luz como compuesta de manera intrínseca por los colores, o sea, los colores están en la luz, los colores como trozos, como franjas de la luz. Goethe después de mirar infructuosamente a través del prisma en ciertas condiciones, se acercó luego a la ventana, como aquí mismo, junto a la ventana, caldeada por sol de invierno en este inicio de la primavera, colocó el prisma en el límite de la luz y la sombra y justo ahí apareció toda la gama de colores. Entonces tuvo el destello: Newton se equivoca. Los colores no están en la luz, surgen de nuestra interacción con la luz.
“...en efecto, el más, el predominio de la luz o la noche, eso es la percepción”.
El mundo no es algo ajeno, exterior y desgajado de quien percibe. El mundo puede ser leído, visto escuchado, tocado de otras maneras. El mundo puede ser visto como la representación que a través de los sentidos emerge en la conciencia a partir de todo lo que vibra ahí fuera. Eso que vibra ahí fuera, el frenesí innumerable de las partículas o las ondas, junto al frenesí de nuestro cuerpo, que también vibra, nadie lo niega. Hay longitudes de onda diversas que son la base del color, como dice la ciencia siguiendo a Newton. Y lo vió con tan buena fortuna para toda una parcela muy importante de nuestro desarrollo, la parcela tecnológica de lo humano. Pero la objetividad, independencia y desgajamiento de esa imagen construida por nosotros y que representa nuestro mundo, la independencia de eso visto con respecto a nuestra percepción y a lo que nosotros también somos sí es cuestionable. Quizá deberíamos haber indagado más en esa otra forma de la mirada, siguiendo a Goethe, y otros pensadores como él, para compensar la frialdad del maravilloso y tremendamente útil desarrollo tecnológico, para conectar, seguir conectando con nuestra capacidad para la ternura, hacia cada cosa que nos rodea, hacia cada ser vivo, y hacia cada persona.
La mirada tecnológica se ha acercado con tanta minuciosidad a la materia y la vida, a nivel microscópico incluso, que finalmente la materia y la vida se han alejado de nosotros, de nuestra sensibilidad.
A Goethe le gustaba explicar el mundo a través de lo que el llamaba arquetipos, ideas que nacen de la observación sensible.Así los colores cálidos ocurren cuando la luz atraviesa regiones de sombra. La gamas del amarillo al rojo podemos comprenderlas simplemente mirando el atardecer, cuando la luz ya lejana llega hasta nuestro ojos a través de una extensa distancia que ya se va quedando en sombra. Cuando las zonas más cercanas a nosotros van oscureciéndose, a través de esta oscuridad nos llega el lejano blanco luminoso del sol, pero lo que ocurre es que cuando aquel blanco atraviesa la sombra para llegar hasta nosotros, se convierte en un incendio de matices del amarillo al rojo. Eso es el atardecer.
Sin embargo, los colores fríos, toda la gama de azul desde záfiro del amanecer que vio Dante al salir del infierno hasta el luminoso azul claro del mediodía, se comprende observando el cielo durante el día. Es justo el fenómeno contrario. Toda esa inmensidad que es negra en el espacio nocturno, nos llega durante el día a través de nuestra atmósfera iluminada por el sol. Ahí entonces se producen todas las gamas del azul.
Es como si lo cálido del color, del amarillo al rojo, se produjera cuando la luz llega hasta nosotros a través de la oscuridad durante el amanecer o el atardecer.
Y al revés, es como si la gama de azules se produjeran cuando la sombra, cuando la oscuridad y negrura inmensa del universo llega hasta nosotros atravesando la luz diurna y cercana de nuestro sol.
Goethe, junto a la ventana, allí en el limite de la luz y la sombra, colocó el prisma, surgieron entonces los colores, y comprendió la luz.
Y aquí junto a otra ventana, he abierto la libreta, y la cita de Parménides me ha dado luz, un leve calor que me atraviesa al final de esta largo invierno:
“según cada cual tiene la mezcla de sus miembros múltiplemente errantes, así se instala cabe los hombres el percibir...”
y sigue luego...
“en efecto, el más, el predominio de la luz o la noche, eso es la percepción”.
El mundo, como el color, ocurre aquí junto a la ventana donde estoy, en este intercambio entre la luz y sombra.
Son muy importantes los detalles minúsculos y microscópicos de eso de ahí fuera, pero no podemos abandonar la importancia de que somos mirada, mirada diciéndose, somos percibir.