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La cura

Están los cinco sentidos. La sensación pone en contacto, nos saca del interior, nos saca de lo que podríamos denominar el mundo subjetivo, ese run-run psicológico. Nos lleva al mundo, a eso de fuera, o trae el mundo hasta dentro. A fin de cuentas, nos entrelazamos. Pero la sensación, en un principio, siempre es algo extraño, viene de fuera y necesita ser convertida en signo, ser codificada, para nuestra tranquilidad. Ese olor indefinible, ese sonido extraño, ese matiz de la luz.. cada sensación necesita ser transformada en sentido del mundo.

Y ahí es donde hemos perdido terreno....

Dice Suely Rolnik, a quien leo brevemente esta noche por internet, “en la relación entre la subjetividad y el mundo interviene algo más que la dimensión psicológica que es, para nosotros, la más familiar. Defino lo psicológico como las facultades de memoria, inteligencia, percepción, sentimiento, etc.; es decir, como el operador pragmático que nos permite situarnos en el mapa de los significados vigentes, funcionar en este universo y manejarnos en sus paisajes. Ese «algo más» que interviene en nuestra relación con el mundo se produce en otra dimensión distinta de la subjetividad y bastante desactivada en nuestra sociedad.”

Creo que se entiende con un ejemplo. Cezane decía: pinto sensaciones. El arte, la experiencia estética, es construir sentido. Eso es lo que está desactivado en nuestro mundo y la historia de esta desactivación corre pareja con la historia de la psiquiatría. O sea, vamos enfermando a medida que perdemos capacidad poética.

Dice Suely Rolnik:

Para el psicoanalista inglés D.W. Winnicott, la cura no tiene que ver con la «salud psíquica» que se evalúa según el criterio de fidelidad a un código: un proceso equilibrado de identificaciones del ego con imágenes de los personajes que componen el mapa oficial del medio, y un mapa que se define por la inserción socio-económico-cultural de la familia...”


En contraste con ello, la cura tiene que ver con la afirmación de la vida como fuerza creadora, con su potencia de expansión, lo que depende de un modo estético de aprehensión del mundo. Tiene que ver con la experiencia de participar en la construcción de la existencia, lo que —según el psicoanalista inglés— da sentido al hecho de vivir y promueve el sentimiento de que la vida vale la pena ser vivida. Se trata de lo contrario de una relación de complacencia sumisa, marcada por una disociación de las sensaciones y por la desactivación de la ensoñación, pues tal relación acaba promoviendo un sentimiento de futilidad asociado a la idea de que nada tiene importancia.”