Uno sabe que el azar esconde designios no visibles, no hay coincidencias, pero este verano he cruzado con fascinación múltiples entrecruzamientos que casi mostraban el vislumbre de su nervadura. Uno de ellos ocurría en la callejas de Granada, con un entrañable amigo hablándome de manera apasionada de la investigación que Penón hizo durante los años 1956 y 1957 en Granada sobre García Lorca. Tuve entonces la intuición de que se estaba dirigiendo a alguna parte escondida de mi mismo.
Ahora tres meses después, soy yo el que llevo, como él, el volumen de 800 páginas a donde quiera que vaya. Todo empieza antes de las ocho, en una cafetería de la plaza de los Fueros. Allí junto al café, leo unas cuantas páginas. Ayer, encogido, leía como Penón en apenas diecisiete líneas rememora el recorrido en hacinados camiones de quienes iban a ser fusilados: los llevaban desde el gobierno civil, subiendo la cuesta Gomérez y cruzando jardines de la Alhambra hasta las tapias del cementerio. Todavía entonces, en aquellos años cincuenta,las tapias estaban aún acribilladas.
Ahora tres meses después, soy yo el que llevo, como él, el volumen de 800 páginas a donde quiera que vaya. Todo empieza antes de las ocho, en una cafetería de la plaza de los Fueros. Allí junto al café, leo unas cuantas páginas. Ayer, encogido, leía como Penón en apenas diecisiete líneas rememora el recorrido en hacinados camiones de quienes iban a ser fusilados: los llevaban desde el gobierno civil, subiendo la cuesta Gomérez y cruzando jardines de la Alhambra hasta las tapias del cementerio. Todavía entonces, en aquellos años cincuenta,las tapias estaban aún acribilladas.
No pude seguir y después de un instante emprendí la subida al edificio de oficinas. En el primer tramo de la larga escalinata hay tomillo. Llovió ayer al fin este otoño, y el agua, a esa hora de la mañana, había despertado como nunca el aroma. No sé lo que hice con las manos, pero todo mi pecho quería ser manos abiertas, parecía que yo tuviera que llevar ese aroma a algún sitio ayer mismo y para siempre estar llevando ese aroma a algún sitio. No sé qué le podemos ofrecer a la memoria de lo absolutamente truncado. No sé qué manos abiertas pueden contener un aroma imposible.
Lo que ha sucedido, y sabemos de sobra, sigue sucediendo, sin embargo, una y otra vez, quizás buscando un lugar entre el aroma.
En algunos casos excepcionales, el aroma se convierte en voz que nombra el río del silencio. Esta mañana, unas cuantas páginas más allá, Penón me lo cuenta, me dice que escuche el silencio del propio García Lorca. Esta misma mañana leo un artículo que Vicente Aleixandre escribió el año 1937 sobre Federico. Penón copió a mano el artículo que alguna de las numerosas personas con las que trató le mostró:
“En las altas horas de la noche, discurriendo por la ciudad, o en una tabernita (como el decía), casa de comidas, con algún amigo suyo, entre sombras humanas, Federico volvía de la alegría como de un remoto país a esta pura realidad de la tierra visible y del dolor visible. El poeta es el ser que acaso carece de límites corporales. Su silencio repentino y largo tenía algo de silencio de río, y en la alta hora, oscuro como un río ancho, se le sentía fluir, pasándole por su cuerpo y su alma sangres, remembranzas, dolor, latidos de otros corazones y otros seres que eran el mismo en aquel instante, como el río de todas las aguas que le dan cuerpo, pero no límite. La hora muda de Federico era la hora del poeta, hora de soledad... cuando el poeta siente que es la expresión de todos los hombres.”