Alguna vez yo podría escribir, apenas pensando en algunos amigos y gente querida, podría escribir sobre un extraordinario texto de Giorgio Agamben, donde a propósito de otro pasaje también sublime, el relato de Melville, Bartleby el escribiente, Agamben desenreda un hilo fastuoso sobre la contingencia . O yo podría no escribir. Pero esta tarde, pensando en esos amigos, en las personas más queridas, traigo apenas unas frases de ese texto. Y las traigo por el aire que esas palabras mueven. Parecía así el aire que me iba moviendo esta tarde, porque ocurre a veces eso raro del estar caminando sin apenas llegar.
Me refiero al aire que mueve el recuerdo de lo que nunca ha sucedido. De lo que nunca llegó. El recuerdo que recupera el espacio intermedio, la brecha, eso sin lugar. Existe el territorio de la suspensión. Ni lo que es ni lo que no es. Ni lo que ha sido, ni lo que no podrá. La abertura entre el poder ser y el poder no ser. Existe el instante del flujo, el río suspendido en mitad de su vivir. Hay ese recuerdo que rescata el lugar del asombro, el vivir en toda su potencia que es justo su im-potencia. Existe el derecho a poder no ser. Sin llegar, sin apenas llegar. Sin tener que ser ni no ser.
Escribe Agamben, citando a su vez a Benjamin:
“Benjamin expresaba en cierta ocasión la clase de redención que encomendaba a la memoria a modo de una experiencia teológica que el recuerdo hace con el pasado.
Lo que ha sido establecido por la ciencia, escribe, puede ser modificado por el recuerdo. El recuerdo puede hacer de lo incumplido (la felicidad) algo cumplido, y de lo cumplido (el dolor) algo incumplido. Esto es teología, pero es que, mediante el recuerdo, hacemos una experiencia que nos impide concebir la historia de un modo ateológico, al mismo tiempo que nos impide absolutamente escribirla con conceptos teológicos.
El recuerdo restituye al pasado la posibilidad, dejando irrealizado lo ocurrido y realizado lo que no ha ocurrido. El recuerdo no es ni lo ocurrido ni lo no ocurrido, sino su potenciamiento, su volver a ser posible. Bartleby cuestiona el pasado de esa manera: lo reclama. No simplemente para redimir aquello que ha sido, para hacerlo ser de nuevo, sino para reconducirlo a la potencia, a la indiferente verdad de la tautología. El preferiría no hacerloes la restitutio in integrumde la posibilidad, que la mantiene a mitad de camino entre el acaecer y el no acaecer, entre el poder ser y el poder no ser. Es el recuerdo de lo que no ha sucedido”
Sabemos, nosotros habitamos la necesidad inculcada de alcanzar el mejor de los destinos posibles, algo que es por lo menos fariseo, como dice Agamben, pero que realmente es cruel. Esa es la fina crueldad que atraviesa nuestro mundo. Bartleby reclama la potencia del no, o sea la im-potencia. Bartleby reclama la memoria de todas esas cartas que nunca llegaron a su destino. Él no redime el pasado como un nuevo Mesías, él redime lo que no ha pasado.
Porque, amor mío, nuestra manera de ser felices sucedió en la intensidad del trazo de toda nuestra posibilidad.