Ponedlo al sol.
Su caricia enseguida lo despierta
y oye el rumor del campo y del hogar.
Siempre lo ha despertado, incluso en Francia,
hasta esta mañana y esta nieve.
Si algo lo conmoviese ahora,
el sol -un viejo amigo- lo sabría.
Piensa en cómo ese sol despierta las semillas
y un día despertó la arcilla de una estrella.
Los miembros, ya logrados, aún calientes,
¿no debe aún estirarlos?
¿Para esto creció el barro tan alto?
¿Quién empujó al sol fatuo a esforzarse
en quebrantar el sueño de la tierra?
Wilfred Owen, Poemas de guerra,
Traducción Grabriel Insausti,
Acantilado, 2011
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