La voluntad de superficie, que a la razón pertenece, en todo se inmiscuye. A los gestos mínimos que el cuerpo acostumbra acude, "para ayudar", dice, la inmodesta. Pretendiendo dirigir el latido de la sangre y gobernar el compás de las galaxias interiores, embrolla, descompensa, retrasa o acelera el ritmo de los órganos, des-concierta siempre. Deglutir, digerir, excretar, copular se convierten en acciones imposibles, heroicidades de alcoba cuando ella interfiere. Pobre, pequeña voluntad que del impulso que rige los planetas, los ciclos y las estaciones se cree independiente, cuando no es más que un fragmento, un diminuto, disperso, inútil fragmento de Voluntad cristalizada. -!Y no! ¿Por qué hablar de Voluntad? ¿Por qué de nuevo asumir el discurso de las sustancia eternas?¿Por qué definir, construir o dibujar cosas ahí donde no hay sino estelas, chispas, trayectorias? Y tampoco. Tampoco eso. ¿Por qué no dejar de una vez de representar? Representar ¿qué? ¿Acaso hay algo que representar? ¿Acaso hay algún algo antes de hablar? Dejar de hablar, pues. Sin habla. Empobrecer para la calma. Para el sosiego.
¿Conversión? La hubo, sí: aborrecí la Metafísica. Ahora, voy de presencia en presencia. No soy, me presento. Desde que el ser no sólo no existe sino que, no siendo nada, tampoco es, voy más ligera. La presencia, venturosamente, restituye el orden de las responsabilidades y su generosa contingencia.
No hay tiempo para grandilocuencias. Que ¿qué es la vida? La pregunta, señores, crea la cuestión, y tengo por seguro que nadie vive más ni mejor con la pregunta en los labios.
La mañana clarea tímidamente. Las paredes blancas forman un marco para la mancha oscura que ocupa la parte izquierda del lienzo. Si digo mancha, la habitación se cierra sobre mí y me aprisiona. Si digo mar, en cambio, se abre un horizonte, se hace el cielo, el día es extensión infinita y la calma invade esa parte de mí tan endeble que reposa al abrigo de las mantas. Como si consentir al abandono dependiese de una amplitud en la mirada. Como si, de ese modo, con un paisaje en la ventana, fuese más fácil asumir que una se entorna, que se va entornando. Será porque se cumple en metáforas la compresión humana; será por esa costumbre de la razón, afecta a las analogías, por lo que el mundo externo ordena, en la forma, el de dentro. Y así, si el mar es mar y no una mancha vertical en el marco de la ventana, puedo cerrar los ojos y entornar el alma: hay espacio ahí fuera, y eso basta.
Bélgica, Cuadernos de la memoria, Chantal Maillard, Pre-textos Comtemporánea, 2011