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Hace más de dos semanas pude ver Poesía, la última película del director coreano Lee Chang-dong. Hoy casualmente tropiezo con la foto de Yun Junghee, la actriz protagonista, y siento nostalgia de aquel brillo de sus gestos, girando entre la alegría, la inteligencia, la ternura y finalmente el dolor callado. Su presencia, contundente a la vez que delicada, reforzada por la exquisita elección del vestuario, era una parte fundamental del misterioso don que derramaba el film, algo que reafirmaba el acierto de su título: no podía haber otro mejor.
Llevado por los estereotipos habituales, uno esperaba un ejercicio más estético que profundo y ético. Sin embargo, ocurre justo lo contrario, de tal forma que la belleza que envuelve las imágenes forma parte indisoluble de una actitud comprometida con la vida y su dolor oculto, en el entorno de una sociedad aferrada al pragmatismo del consumo, la posesión y la indiferencia hacia el otro. Es entonces cuando resuena el verdadero sentido de esa palabra: Poesía, porque lejos de los ropajes con que la vestimos, a través de la belleza, la desnudez y el regreso a la raíz, a la materia, al gesto sencillo y humilde de mirar sin pretensiones, de mirar intensamente, la poesía termina por hundirnos en el interior de aquello que más somos, y es ahí, despojados, donde realmente puede producirse el encuentro. Y es que esa intensidad de la mirada termina por abocarnos a lo más íntimo del otro, a su daño, su dolor, haciéndolo nuestro.
Este es el argumento profundo de la película, esto es lo que subyace en una trama perfectamente engarzada, sin elementos forzados, y donde, por otra parte, nada sobra. Y es que el simbolismo de cada situación nace respirado de la historia, que fluye con naturalidad, sencillez y coherencia, sin atisbos evidentes de manipulación en función de la intencionalidad significativa, al contrario que el otro cineasta coreano, Kim Ki Duk, en cuyas películas a veces el simbolismo actúa como una camisa de fuerza sobre la historia. Ocurre quizás lo mismo que con determinado tipo de poesía, en el que la significación cae como un armazón forzado sobre el lenguaje, impidiéndole fluir, recorrer su más propio territorio, el expresivo. Pero esa es otra historia. La de hoy es esta añoranza de una intensidad en la mirada que nos acerque al mundo a la vez que al fondo más profundo de lo que somos. La historia de esa poesía que se nos escapa entre los dedos nerviosos de los días.
Llevado por los estereotipos habituales, uno esperaba un ejercicio más estético que profundo y ético. Sin embargo, ocurre justo lo contrario, de tal forma que la belleza que envuelve las imágenes forma parte indisoluble de una actitud comprometida con la vida y su dolor oculto, en el entorno de una sociedad aferrada al pragmatismo del consumo, la posesión y la indiferencia hacia el otro. Es entonces cuando resuena el verdadero sentido de esa palabra: Poesía, porque lejos de los ropajes con que la vestimos, a través de la belleza, la desnudez y el regreso a la raíz, a la materia, al gesto sencillo y humilde de mirar sin pretensiones, de mirar intensamente, la poesía termina por hundirnos en el interior de aquello que más somos, y es ahí, despojados, donde realmente puede producirse el encuentro. Y es que esa intensidad de la mirada termina por abocarnos a lo más íntimo del otro, a su daño, su dolor, haciéndolo nuestro.
Este es el argumento profundo de la película, esto es lo que subyace en una trama perfectamente engarzada, sin elementos forzados, y donde, por otra parte, nada sobra. Y es que el simbolismo de cada situación nace respirado de la historia, que fluye con naturalidad, sencillez y coherencia, sin atisbos evidentes de manipulación en función de la intencionalidad significativa, al contrario que el otro cineasta coreano, Kim Ki Duk, en cuyas películas a veces el simbolismo actúa como una camisa de fuerza sobre la historia. Ocurre quizás lo mismo que con determinado tipo de poesía, en el que la significación cae como un armazón forzado sobre el lenguaje, impidiéndole fluir, recorrer su más propio territorio, el expresivo. Pero esa es otra historia. La de hoy es esta añoranza de una intensidad en la mirada que nos acerque al mundo a la vez que al fondo más profundo de lo que somos. La historia de esa poesía que se nos escapa entre los dedos nerviosos de los días.